Sara M. García Argüello
Durante la pandemia, los adolescentes nos hemos visto inmersos en una multitud de sentimientos fuertísimos: ansiedad por el constante miedo a contagiarnos de covid-19, la nostalgia llena de anhelo por lo que alguna vez tuvimos, depresión por sentir que perdimos el tiempo, que dejamos de vivir, por no disfrutar la adolescencia como siempre nos dicen que debe de ser, el estrés por las clases en línea que vienen acompañadas por mucha tarea y pasar 9 horas en un escritorio frente a una computadora, perderte en la imagen de alguien que solo miras a través de una pantalla con la esperanza de que lo que muestra no esté muy distorsionado de la realidad, hartos de la monotonía y la sensación de no saber cuándo va a terminar, estar parados siempre en un suelo que no se puede sentir duro.

Porque estar siempre sentado alrededor de las mismas cuatro paredes con la sensación de que te ahogas en ti mismo, viendo siempre las mismas fotos de un tiempo en el que todo parecía mejor, sentir a tus amigos alejados porque todos tienen los mismos sentimientos que tú, y todos somos conscientes de lo inútiles que somos para ayudarnos mutuamente, dejándonos con un sentimiento de soledad que a veces nos consume.

La nostalgia de vez en cuando (si no es que diario) nos visita, el extrañar los días en CCH, el regresar mojado por la lluvia, el ver a tus amigos diario y quejarte con ellos sobre alguna materia o profesor, el irte a Perisur en vez de entrar a alguna clase o cosas tan pequeñas como esperar el camión que te llevaría a casa, son momentos que todos extrañamos, porque una parte de nosotros siente que perdió todo eso, que perdimos el tiempo, que perdimos todas esas experiencias que jamás van a volver, que la pandemia nos robó esta etapa que todos te pintan como la mejor, que los días en CCH no van volver o que al menos nosotros ya no regresaremos como estudiantes, esperando la siguiente clase o esperando que el profesor no se dé cuenta de tu ausencia. Las clases en línea han jugado un papel muy importante en todo esto, el sentarte en tu escritorio o en alguna silla del comedor, prender la computadora o el celular para tomar las clases, y quedarte así durante al menos 5 horas, se ha convertido en la rutina de al menos todos los adolescentes, algunas clases nos gustan, algunas otras no tanto, y a algunas simplemente no entramos.

Por otro lado, algunos hemos encontrado refugio en algún pasatiempo, ver la tele todo el día, y terminarte una serie de ocho temporadas en una semana, pasar los días frente a un monitor y jugar hasta que te ardan los ojos, quemarte las pestañas por estar leyendo toda la noche, o escuchar música en todo momento para evitar sentirte solo o simplemente para no pensar en lo que te aflige, de igual forma el conocer personas por internet ayuda bastante, pensar que sientes amor por alguien que no conoces es algo que casi a todos nos ha pasado, convencerte de que es el chico de tus sueños solo porque comparten los mismos gustos y que ya no puedes pasar ni una noche sin escuchar su voz a través de tu celular.

Para terminar me gustaría reafirmar mi punto, la pandemia sí ha afectado demasiado la salud mental de todos, en mi caso, se manifestó con cuadros depresivos, así como con muchísimas crisis de ansiedad, haciendo que convivir con mi tristeza y soledad se volviera algo común en mi día a día, y no fui la única, puedo asegurar que todos los adolescentes nos sentimos así, no solo por lo que te puedan decir los adultos, que ésta es una edad difícil y que las hormonas hacen todo aún más difícil, porque aunque así sea, el estar encerrado, el no convivir con nadie más que con tu familia afecta demasiado, como mencioné más arriba, el sentimiento de nostalgia y tristeza es demasiado común, y nos invade a todos. Sin embargo, creo que esto nos ha ayudado a valorar más a las personas, a nuestros amigos, y sobre todo los momentos, darse cuenta de lo efímera que es la vida, y valorar los momentos de felicidad, esos momentos donde tu corazón puede explotar de alegría y tus cachetes duelen de tanto sonreír, momentos que, al día de hoy, no regresan, o al menos no como antes. Definitivamente nosotros podemos decir que la adolescencia apesta.